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12 junio 2006

La vida detrás de los barrotes

No es necesario estar encerrado en cuatro paredes para perder la libertad. Simplemente basta con no levantar la mirada y no dejar que la mente y el corazón vuelen por el entorno. El hombre puede estar preso en su propio cuerpo, puede estar encadenado por sus actos, puede estar atado a sus pensamientos, amarrado a una vida que, quizá, si divisara el horizonte lo haría salir.

Los encierros pueden estar en los pequeños momentos de la cotidianidad, en esos instantes que hacen que los pensamientos salgan de la órbita terrestre y lo dominen todo.

Son segundos que pueden conducir a los abismos de una realidad paralela, en la que todo es posible, la vida se puede ver envuelta en un cuento sin fin, en el que las cosas ya tienen un destino marcado y que seguramente no terminará bien.

Todo se puede venir abajo, todo se puede derrumbar, todo puede caer y todo puede suceder. Ni la fe, ni las ganas de levantarse lo catapultarán de nuevo a la “vida”.

Lo que queda por hacer es no perder lo estribos, no decaer por los pequeños golpes y no dejarse deslumbrar por realidad ficticia, que para lo único que sirve es para desviar la buena ruta.