Antes de salir, el Instituto Nacional de Cultura del Perú tiene el primer puesto de control denominado Piscacucho. Las autoridades verifican que las agencias lleven todos los papeles en regla, al igual que los turistas. Luego se pasa un puente colgante sobre el río Urubamba y se inicia oficialmente la caminata.
Después de una hora de camino aparecen las ruinas de Miskay, ese sería el panorama de ahí en adelante. Complejos arqueológicos, naturaleza, cumbres empinadas, escalones, escalones y más escalones. Por estas rutas aparecen los porteadores, unos hombres que se ganan el sustento diario cargando los equipos de los turistas que transitan por este camino. Son un ejemplo de constancia y amor al trabajo.
La mayoría de ellos no habla español, se comunican entre ellos en quechua, dialecto puro y original del Cuzco, que también predomina en varias regiones de Suramérica, y tienen un jefe que se encarga de impartirles órdenes, todas encaminadas a la satisfacción de los visitantes.
Los porteadores son individuos de tez morena que llevan en su sangre y en su color de piel la descendencia indígena. Para realizar sus labores no utilizan mucha indumentaria, contrario a algunos turistas súper deportistas que para un trayecto como este llevan la más sofisticada vestimenta. Ellos (los porteadores) utilizan sandalias con suela de goma para no deteriorar las piedras del camino, pantalones cortos fabricados con tela de alta resistencia, camisas cortas y suéteres muy delgados.
Sus mochilas o morrales son costales de fique con dos agarraderas para que puedan ser llevados en la espalda. En ellos cargan la estufa para la preparación de los alimentos, la pipeta de gas, los víveres y muy pocas cosas personales. Estos hombres pueden transportar equipaje de unos 25 kilos de peso. Una de las cosas más asombrosas de estos personajes es que siempre van a pasos más acelerados de los normales, pues son los encargados de llegar primero a los sitios destinados para camping. Por eso es muy común escuchar el grito en pleno sendero: “Porter, porter”, señal que avisa que viene un porteador a pasos acelerados y que es obligación dar un paso a un costado para permitir su avance, pues está en juego la dormida y la buena alimentación.
Así como se transita a gran velocidad, así se preparan los alimentos. No es comida para salir del paso, son platos típicos peruanos y de buen sabor. Otro punto de comparación con la infraestructura colombiana, como la de Ciudad Perdida, en Santa Marta, en la que en los dos primeros días la alimentación es aceptable, pero luego escasea la proteína y abunda la harina. ¡¡¡Todo en nombre de la aventura!!!Contrario a lo que pensábamos con Marten y directamente relacionado con el peso del morral, nuestras provisiones para el camino no eran tan necesarias, pues en todo el trayecto no nos faltó el alimento. Es más, a veces se exageraba con esto. A las cinco de la mañana no levantaban con un café, lástima que no era del de la calidad y el sabor del mejor del mundo: el Café de Colombia. O si el “cliente” así lo prefería, podía optar por un energizante mate de coca (hoja de coca, agua caliente y azúcar).
Al caer la noche y después de una larga jornada de camino siempre nos esperaba una rica cena y una agradable carpa para descansar. Los porteadores se encargaban de tener todo listo para nuestra llegada. Dormíamos de a dos personas por tienda.
Al siguiente día no sabía cual era la mejor satisfacción, si el haber llegado, sin un rasguño, al paso de Warmiwañuzca, ubicado a 4.215 metros sobre el nivel del mar (casi el doble de la de Bogotá), o poder disfrutar en ese mismo lugar la sabrosa leche condensada, que con tanto gusto compré en Cuzco antes de salir. Creo que esto fue lo mejor, porque varios de mis compañeros de viaje se vieron obligados a saborear este manjar.
Serie de entregas de esta ruta tradicional de Cuzco en el Perú (Especial Nº9)