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29 mayo 2008

Cuzco, el destino a 22 horas

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Después de haber recorrido algunos lugares de Lima, el siguiente destino era Cuzco, el que fue, en su época, el centro administrativo del Valle Sagrado de los Incas. Aquí ya nos acercábamos más nuestro objetivo principal.

La recomendación del propietario del hostal fue la de viajar en “Cruz del Sur”, una línea de buses muy segura y adecuada para lo que nosotros queríamos. El boleto de viaje 0827268, que costó 135 nuevos soles, fue el pase de salida para buscar la ciudad mágica.

El trayecto duró 22 horas, en las que bordeamos la costa limeña, pasamos por varias poblaciones, vimos el atardecer y el amanecer. Pero lo más emocionante fue la entrada a Cuzco, llegamos por la parte alta de la montaña, alrededor de las 11:00 de la mañana del 29 de diciembre del 2006.

Desde la montaña se podía divisar la majestuosidad de esta ciudad ocre, de tejados de barro y cielo gris. Su olor húmedo y su clima cálido invitaban a recorrer sus calles. No podía esperar por mucho tiempo para salir y empezar a conocer este mágico sitio.

Descendimos del bus que nos dejó en la terminal, recogimos nuestros morrales, respiramos profundo y arrancamos. El destino inicial era el hostal Resbalosa, un lugar que habíamos seleccionado al azar en las múltiples alternativas que proporcionaba el Lonely Planet, nuestra guía certera y segura de viaje.

Abrimos el libro, revisamos el mapa y sin necesidad de preguntar a los transeúntes encontramos nuestra ubicación y definimos el camino. Resbalosa era el nombre de la calle que conducía a una parte de la montaña del Cuzco. Era un hermoso camino de piedra, con muchos escalones, nunca me detuve a contarlos, pero llegar hasta allí desde la plaza central tomaba cerca de 15 minutos, pues la casa estaba ubicada al final del empinado sendero.


La vivienda era de estilo colonial, como todas las construcciones de esta ciudad. Su puerta era de madera rústica. Golpeamos, estábamos con la incertidumbre de saber si podíamos conseguir una habitación, pues como era temporada corríamos el riesgo de no encontrar alojamiento. Cuando se abrió la puerta nos dimos cuenta de la inmensidad de sus aposentos. Nos recibió un hombre con un temperamento un poco fuerte, quizá por la cantidad de personas que llegan a diario y a las que tiene que atender, pero con el pasar de los días esa primera impresión cambió.

“Bienvenidos amigos, son siete dólares por noche. Su pasaporte por favor”, esas fueron las palabras que nos dijo este hombre con una entonación particular que se mezclaba con su aspecto indígena, propio de los hijos de esta tierra.



26 mayo 2008

Feliz Navidad y 3, 2, 1: la carrera al aeropuerto

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Ya faltaban pocas horas para la partida. Como lo había organizado, la Nochebuena la pasé con mi reducida, pero grande familia: mi Madre querida y mi Hermano adorado.

Fue un día muy especial, compramos los respectivos regalos y comimos hasta la saciedad. La premisa de esa noche fue la de aprovechar cada minuto para estar con mis seres queridos, quizá los únicos que tengo en esta vida y que a veces, por los avatares de la vida, no me doy cuenta de lo valiosos e importantes que son.


El tiempo pasó y llegó el momento de la partida. Con la bendición de mi Madre se inició la aventura. La llegada al aeropuerto fue una gran carrera. Mi hermano me acompañó y me dejó

con unas lindas palabras: “Cuídese hermanito y no olvide que lo quiero mucho”.

Vinieron los trámites de inmigración, el chequeo y, de un momento a otro, ya estaba en la sala de espera junto con varias personas que tenían el mismo destino.

Entre esos rostros pude ver a un joven que por su apariencia se le notaba que no era Latino. Lo miré detenidamente y pensé que quizá sería otro viajero como yo que iba al Perú en busca de aventuras. Sin dudarlo me acerqué y le dije que para dónde se dirigía, cual fue mi sorpresa cuando me respondió que no hablaba español. Pero entre mis vagos conocimientos de esa lengua pudimos comunicarnos. Desde ahí comenzamos un viaje de más de 10 días juntos, un colombiano y un holandés por tierras peruanas.

El vuelo al aeropuerto internacional de Lima tuvo varias escalas momentáneas: mi acomodación en la silla 21J, la preparación para la jornada de lectura con mis mejores amigos: los libros, compañeros incondicionales que siempre están conmigo, aunque tengan que sufrir las inclemencias de los viajes.

Los mejor de ese vuelo fue Alejandra, una hermosa mujer mexicana de ojos y cabellos negros, piel blanca y curvas perfectas. Fue mi compañera de silla. Uno como hombre siempre intenta buscar compañía femenina en un viaje. En miles de ocasiones en diferentes medios de transporte (bus urbano, bus intermunicipal o Trasmilenio) siempre llamo con mi mente a una hermosa dama, pero lo que llega es el tipo gordo y mal oliente. Pero en este caso, mi suerte fue otra, pues desde que nos sentamos, Alejandra y yo no paramos de “platicar”. Fue la mejor charla de iniciación de mi viaje.

Los minutos pasaron y el destino ya estaba cerca. De un momento otro, el capitán del avión nos dio la bienvenida a Lima. Mi corazón aceleró sus pulsaciones, no por la agitación del aterrizaje, sino por la emoción de saber que eran pocas horas las que me separaban del Machu.

El proceso de recoger mi morral fue sin complicaciones. El paso siguiente era cambiar unos dólares por soles peruanos y luego conseguir un hostal para pasar la noche e iniciar la aventura. Cambié 100 dólares y me dieron 315,50 nuevos soles; por cada dólar me dieron 3.155. Con esta transacción que hice a la 1:04 de la mañana del 25 de diciembre de 2006, me di cuenta que el tipo de cambio me iba a favorecer, pues ganaba más plata cuando realizaba este tipo de operaciones.

Con el dinero en el bolsillo, me dirigí al hostal K’usillu’s Backpackers, en Miraflores, lugar que me recomendaron en la oficina de turismo del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, de Lima. La tarifa fue: ocho dólares la noche por persona, con Internet y desayuno incluido. Mucho mejor que la de Marten Gerdes, mi nuevo compañero de viaje, procedente Holanda, quien había hecho una reserva de hostal desde su país, que le costó 12 dólares.

Al otro día, después de haber recargado baterías, me dispuse a organizar todo lo relacionado con Cuzco, el siguiente destino. Bueno, Marten no pudo esperar a aprovechar la buena oferta, y se “mudó” a mi hostal. Desde ese momento, planeamos la llegada a Machu Picchu, pues mi amigo holandés también había venido desde muy lejos para recorrer los pasos de los incas y llegar a este lugar sagrado.

La estancia en Lima fue muy corta, pues el objetivo no era el de pasar mucho tiempo en esa ciudad tradicional andina. No obstante, conocimos el centro histórico, el mirador y, lo mejor, la calle de las pizzas, en Miraflores, un lugar donde se reúnen la mayoría de los turistas para deleitarse con una buena “Pilsen o una Cuzqueña de litro”, acompañada de de una sabrosa pizza.


La aventura solitaria por el Perú: ¡siempre listo!


Serie de entregas de esta ruta tradicional de Cuzco en el Perú (Especial Nº3)

Desde los ocho años, cuando por accidente de mi vida, mi adorada Madre me llevó a formar parte de la Asociación Scouts de Colombia, me di cuenta que tenía un espíritu aventurero en formación. Esta cita con los “niños exploradores” me llevó a recorrer los más recónditos rincones colombianos por más de 20 años, en los que caminé, corrí, salté, caí y hasta volé por muchos lugares.

Pero esta vez, la situación era muy diferente, pues debía salir de mi amada Colombia y entrar en un país desconocido, con una meta definida: buscar la renovación de la Pacha Mama.

Faltaban pocos días para que acabara el 2006, para que se acabara mi amargo momento, que mi psicóloga definió como la pérdida de un ser querido. Así fue la cuenta regresiva para la búsqueda de mi nueva vida feliz.

Empezó la preparación, como en los viejos tiempos de campamentos por Colombia, elaboré un reducido presupuesto de viaje, en el que incluí los gastos básicos (transporte, alojamiento y alimentación, entre otros) y la planeación del dinero para las actividades que tenía programadas en mi cabeza. Fueron unos 900 dólares el montó de salida.

Posteriormente, vino la organización de la mochila para el viaje. Tenía claro que iba a hacer un relanzamiento de mi morral con el tricolor nacional, pero lo que no sabía era que iba a ser la sensación entre los caminantes internacionales que conocí rumbo a Machu Picchu.

Apliqué las enseñazas de mis jefes scouts y organicé mi morral con todas las medidas necesarias, todo empacado en bolsas y solo lo necesario, entre ellos, el sleeping, elemento que me significó 10 dólares en ahorros para el Camino Inca. La linterna para iluminar las noches de soledad y la que sería mi fiel compañera en las jornadas nocturnas de lectura.

Camisetas, jeans y todo lo demás que se empaca para un viaje. Como una señal particular o como si fuera un agüero de fin de año, llevaba la “pinta” para el 31 de diciembre: una hermosa camisa hindú blanca, la que usé para la cena de 10 soles que incluía un brindis de pizco sour, junto con mis nuevos amigos del hostal.



Contacto colombo-peruano, primer paso para conocer la cultura andina

El paso siguiente fue contactar a la comunidad peruana en Colombia, gracias a la invitación de un compatriota peruano, quien vive y tiene varios negocios en nuestro país. El resultado: una cita en el sur de Bogotá para asistir a un culto de la iglesia evangélica peruana.

La reunión, a la que se convoca a más de 50 peruanos, tuvo como objetivo bendecir a las personas que iban a viajar a Perú en el fin del 2006, entre ellas me encontraba yo. Luego de estudiar la palabra de Dios en la Biblia, los visitantes a este culto son presentados en comunidad, así me dieron la bienvenida y de verdad, me sentí en familia.

La particularidad de este viaje era que se debía realizar por tierra y duraría cuatro días. Tomábamos un bus hasta Pasto (Nariño, sur occidente colombiano), cruzábamos a pie la frontera con Ecuador hasta Tulcán, luego nos embarcábamos en una flota que nos llevara hasta Lima.

Con los antecedentes que tuve en mi “difícil 2006”, después de que mi amada esposa me dejó, por razones que ella solo entiende, luego de haber vivido tres hermosos años de casados, estaba dispuesto a montarme en ese bus y recorrer palmo a palmo el camino que me conduciría a la tierra inca. Tomo prestadas las palabras del poeta Gonzalo Arango y las adecuo a mi relato: “Me monté en ese insecto de hojalata que me llevaba del infierno a la eternidad”.

Hice todas las averiguaciones y reservas respectivas, pero como una iluminación divina, de un momento a otro llegó a mis manos una promoción de Avianca que no pude despreciar: por 550.000 pesos tenía los dos trayectos. Sin dudarlo, la tomé.

Con esto, ya estaba metido y reconfirmado para subirme en ese avión el 25 de diciembre del 2006, a las 9:00 p.m. Entonces, a preparar el viaje (lo que quería preparar).