Detrás de estos muros se esconde una tradición que anda sobre ruedas en un país en el que los medios de transporte emblemáticos no son prioridad. Esta es la estación de La Sabana, que en sus buenos tiempos le dio la entrada al ferrocarril, que luego se convirtió en el símbolo de progreso y avances de una sociedad latinoamericana con ansias de evolución.
Esta construcción, declarada patrimonio nacional de Colombia, no ha tenido un buen futuro por estos días. Sus pasillos, sus fachadas, sus escalones, sus columnas y acabados están expuestos al devenir de los transeúntes que la admiran apurados por llegar a una cita de amor o quizá, de negocios.
Expuesta también, si es válido el término, a los mal llamados “desechables” quienes son los principales habitantes de la zona y que por su aprecio o realidad de la vida no saben el valor histórico que tiene esta magna edificación. Simplemente, buscan entre los caminantes o los ejecutivos que, a la fuerza, les tocó trabajar en el sector unas cuantas monedas para comprar el alimento del día o un poco de vicio que los lleve a una realidad paralela.
La estación de La Sabana hoy acoge a los funcionarios de la Superintendencia de Puertos y Transporte, que por maniobras del sector público llegaron al corazón de Bogotá, después de haber estado en el norte de la ciudad. También, la construcción se ha convertido en locación para el rodaje de filmes que le dan la vuelta al mundo.
A pesar de todo, la estación de La Sabana fue, es y será por siempre la casa de los sueños de muchos colombianos que ven el gusto de rodar por la patria en los emblemáticos ferrocarriles nacionales.
En efecto, la Estación de La Sabana es imponente y se pone mejor cuando uno decide entrar y caminar por sus pasillos mientras espera la salida del tren. Es inevitable sentirse en otra época, en otro tiempo del cual fuimos expulsados por culpa del "progreso"...
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