El paso siguiente fue contactar a la comunidad peruana en Colombia, gracias a la invitación de un compatriota peruano, quien vive y tiene varios negocios en nuestro país. El resultado: una cita en el sur de Bogotá para asistir a un culto de la iglesia evangélica peruana.
La reunión, a la que se convoca a más de 50 peruanos, tuvo como objetivo bendecir a las personas que iban a viajar a Perú en el fin del 2006, entre ellas me encontraba yo. Luego de estudiar la palabra de Dios en la Biblia, los visitantes a este culto son presentados en comunidad, así me dieron la bienvenida y de verdad, me sentí en familia.
La particularidad de este viaje era que se debía realizar por tierra y duraría cuatro días. Tomábamos un bus hasta Pasto (Nariño, sur occidente colombiano), cruzábamos a pie la frontera con Ecuador hasta Tulcán, luego nos embarcábamos en una flota que nos llevara hasta Lima.
Con los antecedentes que tuve en mi “difícil 2006”, después de que mi amada esposa me dejó, por razones que ella solo entiende, luego de haber vivido tres hermosos años de casados, estaba dispuesto a montarme en ese bus y recorrer palmo a palmo el camino que me conduciría a la tierra inca. Tomo prestadas las palabras del poeta Gonzalo Arango y las adecuo a mi relato: “Me monté en ese insecto de hojalata que me llevaba del infierno a la eternidad”.
Hice todas las averiguaciones y reservas respectivas, pero como una iluminación divina, de un momento a otro llegó a mis manos una promoción de Avianca que no pude despreciar: por 550.000 pesos tenía los dos trayectos. Sin dudarlo, la tomé.
Con esto, ya estaba metido y reconfirmado para subirme en ese avión el 25 de diciembre del 2006, a las 9:00 p.m. Entonces, a preparar el viaje (lo que quería preparar).
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