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Ya faltaban pocas horas para la partida. Como lo había organizado, la Nochebuena la pasé con mi reducida, pero grande familia: mi Madre querida y mi Hermano adorado.
El tiempo pasó y llegó el momento de la partida. Con la bendición de mi Madre se inició la aventura. La llegada al aeropuerto fue una gran carrera. Mi hermano me acompañó y me dejó
Ya faltaban pocas horas para la partida. Como lo había organizado, la Nochebuena la pasé con mi reducida, pero grande familia: mi Madre querida y mi Hermano adorado.
Fue un día muy especial, compramos los respectivos regalos y comimos hasta la saciedad. La premisa de esa noche fue la de aprovechar cada minuto para estar con mis seres queridos, quizá los únicos que tengo en esta vida y que a veces, por los avatares de la vida, no me doy cuenta de lo valiosos e importantes que son.
El tiempo pasó y llegó el momento de la partida. Con la bendición de mi Madre se inició la aventura. La llegada al aeropuerto fue una gran carrera. Mi hermano me acompañó y me dejó
con unas lindas palabras: “Cuídese hermanito y no olvide que lo quiero mucho”.
Vinieron los trámites de inmigración, el chequeo y, de un momento a otro, ya estaba en la sala de espera junto con varias personas que tenían el mismo destino.
Entre esos rostros pude ver a un joven que por su apariencia se le notaba que no era Latino. Lo miré detenidamente y pensé que quizá sería otro viajero como yo que iba al Perú en busca de aventuras. Sin dudarlo me acerqué y le dije que para dónde se dirigía, cual fue mi sorpresa cuando me respondió que no hablaba español. Pero entre mis vagos conocimientos de esa lengua pudimos comunicarnos. Desde ahí comenzamos un viaje de más de 10 días juntos, un colombiano y un holandés por tierras peruanas.
El vuelo al aeropuerto internacional de Lima tuvo varias escalas momentáneas: mi acomodación en la silla 21J, la preparación para la jornada de lectura con mis mejores amigos: los libros, compañeros incondicionales que siempre están conmigo, aunque tengan que sufrir las inclemencias de los viajes.
Los mejor de ese vuelo fue Alejandra, una hermosa mujer mexicana de ojos y cabellos negros, piel blanca y curvas perfectas. Fue mi compañera de silla. Uno como hombre siempre intenta buscar compañía femenina en un viaje. En miles de ocasiones en diferentes medios de transporte (bus urbano, bus intermunicipal o Trasmilenio) siempre llamo con mi mente a una hermosa dama, pero lo que llega es el tipo gordo y mal oliente. Pero en este caso, mi suerte fue otra, pues desde que nos sentamos, Alejandra y yo no paramos de “platicar”. Fue la mejor charla de iniciación de mi viaje.
Los minutos pasaron y el destino ya estaba cerca. De un momento otro, el capitán del avión nos dio la bienvenida a Lima. Mi corazón aceleró sus pulsaciones, no por la agitación del aterrizaje, sino por la emoción de saber que eran pocas horas las que me separaban del Machu.
El proceso de recoger mi morral fue sin complicaciones. El paso siguiente era cambiar unos dólares por soles peruanos y luego conseguir un hostal para pasar la noche e iniciar la aventura. Cambié 100 dólares y me dieron 315,50 nuevos soles; por cada dólar me dieron 3.155. Con esta transacción que hice a la 1:04 de la mañana del 25 de diciembre de 2006, me di cuenta que el tipo de cambio me iba a favorecer, pues ganaba más plata cuando realizaba este tipo de operaciones.
Con el dinero en el bolsillo, me dirigí al hostal K’usillu’s Backpackers, en Miraflores, lugar que me recomendaron en la oficina de turismo del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, de Lima. La tarifa fue: ocho dólares la noche por persona, con Internet y desayuno incluido. Mucho mejor que la de Marten Gerdes, mi nuevo compañero de viaje, procedente Holanda, quien había hecho una reserva de hostal desde su país, que le costó 12 dólares.
Al otro día, después de haber recargado baterías, me dispuse a organizar todo lo relacionado con Cuzco, el siguiente destino. Bueno, Marten no pudo esperar a aprovechar la buena oferta, y se “mudó” a mi hostal. Desde ese momento, planeamos la llegada a Machu Picchu, pues mi amigo holandés también había venido desde muy lejos para recorrer los pasos de los incas y llegar a este lugar sagrado.
La estancia en Lima fue muy corta, pues el objetivo no era el de pasar mucho tiempo en esa ciudad tradicional andina. No obstante, conocimos el centro histórico, el mirador y, lo mejor, la calle de las pizzas, en Miraflores, un lugar donde se reúnen la mayoría de los turistas para deleitarse con una buena “Pilsen o una Cuzqueña de litro”, acompañada de de una sabrosa pizza.
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